viernes, 3 de febrero de 2012

30 años


-¿Qué vas a ser cuando seas grande?-, fue la pregunta que esta madre, como cualquier otra, le hace al pequeño que está garabateando algunos trazos en su cuaderno de dibujo; -Un Escritor mamá, voy a contar historias muy grandes- La cara de ternura de la mujer, es sencillamente indescriptible. Entonces, se vuelve a la preciosa princesa, su hija, de poco más de dos años y le pregunta también; -¿Y vos mi amor, qué vas a ser cuando seas grande?-, ella deja muy naturalmente la muñeca que la tiene tan entretenida y responde como preguntándose si habrá trampa en una pregunta tan simple; - Mujer-  dice y sigue jugando. Su respuesta fue una revelación para mí… “Mujer”, pensé, ojalá fuera tan sencillo.

Llegué a los 30 hace algún tiempo, en la trágica carrera de la mayoría de las mujeres de mi generación, la carrera de la demostración. Debía, eso creía yo, probar a todos y cada uno de mis espectadores que  puedo lograr lo que no creen que logre, aunque mi salud sea el precio, que no estoy limitada a aquello
que creen que estoy atada, aunque en realidad lo ame, que nada me hará llorar al punto de rendirme, aunque tenga tantas ganas de detenerme, que puedo cuidarme muy bien sola, aunque en realidad desearía tanto no tener que hacerlo. En fin, que sus expectativas jamás me gobernarán… aunque en realidad si me dominaban.

Los espectadores presionaban; padres, amigos, las adolescentes que venían detrás mío, profesores, jefes, colegas… lo que es peor, otras mujeres como yo. Terminé perdiéndome. Me olvidé de quien era y lo que más anhelaba. Escapé de mí misma y terminé tan extraviada.

Gracias a Dios, los 30 trajeron consigo también, la crisis y esa crisis, me liberó.

Me vi a mi misma, agotada, estresada y enferma, segundos antes de darme cuenta de que no había logrado satisfacer a nadie, incluyéndome. Pensé, ¿y todo el esfuerzo?, ¿todo aquello a lo que renuncié?... nada.

Regresé entonces a la sencillez de la respuesta de esa niña de dos años, pensando en que tal vez, había allí algo que había perdido u olvidado.

Comencé a caminar de vuelta hacia mí misma, hacia quien soy, hacia aquello que anhelé de pequeña, eso que todavía  anhelo. Encontré que jamás lograría llenar las expectativas que había sobre mí. Encontré que ni siquiera mis espectadores esperaban que las alcance.

Encontré a Dios esperando en el inicio de esta loca carrera en la que me había embarcado, enseñándole a aquella que Él había creado en un principio, tan diferente a la que era yo ahora… Y entonces supe que había vuelto a casa.

Los 30 están pasando, voy hacia las siguientes décadas de mi vida con una sola cosa segura y es que esa niña tenía razón, aquello en lo que debía convertirme era eso, sencillamente una Mujer.

Escrito por: Fatima Espinoza

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